Autor Masón: Herbert Oré Belsuzarri.
La mente de los
antiguos era bastante más perspicaz que la nuestra. Había (y hay) buenas razones
para mantener ciertos tipos de conocimiento en secreto, incluyendo los secretos
del número y la geometría, una práctica pitagórica que suele despertar
especialmente la ira de los matemáticos.
El cinco era el
número sagrado de los pitagóricos, y los miembros de la hermandad habían de jurar
que mantendrían su secreto bajo pena de muerte. Pero sabemos que hubo secretos
porque éstos fueron revelados.
Que Egipto poseía y
desarrollo estos conocimientos resulta un hecho incontestable ante las proporciones
armónicas de su arte y su arquitectura.
Pero, quizás Egipto
sabía guardar sus secretos mucho mejor que los griegos, no olvidemos que en
Egipto habían muchas escuelas iniciáticas, lo que explica que los egiptólogos
se nieguen a creer que los poseían. Aunque, por definición, no dejan de ser
circunstanciales, las evidencias de que fue así resultan abrumadoras, y sólo falta
comprender qué motivos justificaban el hecho de mantener este tipo (o cualquier
tipo) de conocimiento en secreto.
Una obra de arte,
buena o mala, constituye un complejo sistema vibratorio. Nuestros cinco
sentidos están constituidos para captar estos datos en forma de longitudes de
onda visuales, auditivas, táctiles y, probablemente, olfativas y gustativas.
Los datos son interpretados por el cerebro, y provocan una respuesta que
—aunque se dan amplias variaciones entre unos individuos y otros— resulta más o
menos universal.
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